La última figura romántica
  de la izquierda chilena

 

"Miria Contreras Bell, la última figura romántica de la izquierda chilena."

Dolor y tristeza de sus hijos y parientes, amigos y muchas personas que vieron en ella a la última figura romántica de la Izquierda chilena del siglo XX, provocó la muerte de Miria Contreras Bell, La Payita.

Sus funerales, el 23 de noviembre de 2002, fueron el digno homenaje a una notable trayectoria humana y también una expresión de lealtad a su memoria y a la del presidente Salvador Allende.

Fue algo paradojal, porque todos reconocen que un rasgo distintivo en Payita fue la modestia y una decisión inquebrantable de restarse siempre a ocupar un primer plano. 

Para ella eso fue una norma de vida, aunque no la única por supuesto. Tuvo otras relevantes: consecuencia, valentía y dignidad a toda prueba.

Como en toda vida, en la suya el azar tuvo importancia determinante. La casualidad la unió de manera perdurable con Salvador Allende. También el azar intervino trágicamente en la muerte de su amado hijo, Enrique Ropert, de 20 años, detenido el 11 de septiembre de 1973 ante su mirada impotente y asesinado horas más tarde por Carabineros.

Las vicisitudes azarosas del exilio en Cuba y Francia la llevaron a convertirse en personaje importante en la solidaridad con Chile, en consecuente defensora de la Revolución Cubana y en articuladora de voluntades en favor de la resistencia contra la dictadura y su proyecto político.

Sin embargo, a diferencia de la gran mayoría, La Payita asumió los cambios, por drásticos que fueran, mirando de frente, sin dejarse aplastar por el peso de lo inesperado ni rendirse ante sus consecuencias. Vivió luchando siempre, con alegría y sencillez.

Provenía de un hogar de clase media acomodada, laica y progresista. Trabajó desde muy joven y se casó con el ingeniero Enrique Ropert con el que tuvo tres hijos. En la madurez se encontró con Salvador Allende y sus ideales de justicia social y no los abandonó más.

En el gobierno de la Unidad Popular fue una colaboradora indispensable del presidente Allende. Carismática, inteligente y tenaz asumió responsabilidades en la organización del trabajo presidencial. En las relaciones con dirigentes de la Unidad Popular y del MIR y en las situaciones difíciles buscaba entendimientos. Siempre trató de evitar rupturas.

Sin duda los amores profundos son siempre incondicionales y tienen mucho de secretos. La Payita entendió así sus amores y la causa del pueblo estuvo entre ellos. Se quedó en La Moneda en medio del bombardeo a desafiar la muerte y entregar un testimonio de dignidad y consecuencia con un puñado de valientes. Salió del palacio incendiado con el corazón desgarrado por la catástrofe, la detención de su hijo y la inmolación a la que marchaba con serenidad y valor el presidente Allende. Llevaba escondida entre sus ropas -para salvarla de la destrucción- el Acta de la Independencia de Chile firmada por Bernardo O’Higgins. Se salvó providencialmente de ser detenida por alguien que la conocía y pudo salir al exilio en La Habana.

Como dijo en los funerales Víctor Pey, entrañable amigo: “Y cuando el azar de la vida te colocó en un trance histórico, en el vértice dramático de la tragedia, tu ejemplo de desprendimiento personal, de lealtad inalterable, de coraje y valentía constituyeron una realidad con ribetes de leyenda”.

En el exilio -y después- La Payita eligió el silencio y la discreción. Se tragó su dolor y soportó culpas imaginarias, mezquindades y la campaña de denigración que montó la dictadura, ensañándose con una admirable mujer.

Tuvo responsabilidades -y no quiso cargos- en la solidaridad con Chile y también en la solidaridad con Cuba, a la que amó profundamente.

Así lo reconoce la carta que el Comité Central del Partido Comunista de Cuba dirigió a sus hijos, Max e Isabel: “su cariño y respeto por nuestro pueblo, su apoyo y defensa irrestricta de la Revolución Cubana y Fidel le valieron el sitio de honor en el que vivió, vive y vivirá siempre en nuestra patria”.

“Los cubanos -agrega la carta- tuvimos el privilegio de tenerla entre nosotros, de compartir nuestra nación, viviendo con intensidad militante años de heroica resistencia y victoria de nuestro pueblo frente a la hostilidad y la agresión, que no ha cesado, del imperialismo norteamericano”.

“Estrecha colaboradora del heroico presidente Salvador Allende -señala el Partido Comunista de Cuba- (La Payita) cumplió importantes responsabilidades políticas, que desempeñó con eficiencia y abnegada entrega a las más nobles causas populares que propugnó el gobierno de la Unidad Popular”.

Payita no vivió solamente para la política, para la memoria nostálgica o el recuerdo épico. Vivió intensamente su presente. Volcó amor hacia sus hijos y nietos y también a otros niños que necesitaron afectos de madre. Trabajó de manera ejemplar y ganó a muchos para el esfuerzo común, sin perder el humor ni la ternura.

En Europa laboró en tareas de turismo y difusión cultural de Cuba y mantuvo la preocupación por el Museo de la Solidaridad que empezó a formar durante el gobierno de Allende. Esa preocupación se hizo más apremiante: había que testimoniar el apoyo que el mundo y los artistas prestaban al pueblo chileno. Fruto de este esfuerzo, que fue colectivo, es el actual Museo de la Solidaridad Salvador Allende, una de las colecciones de arte contemporáneo más importantes y valiosas de América Latina.

De regreso a Chile no se recluyó en su casa. Participó en actividades políticas y culturales de la Izquierda. No fue militante pero cumplió como si lo hubiera sido. Hasta poco antes de la muerte se mantuvo activa, preocupada de lo que sucedía en Chile y el mundo, con la convicción de que en algún momento, no lejano, los pueblos recorrerán de nuevo los caminos del socialismo y que harán realidad, en otras condiciones y circunstancias, las palabras postreras de Salvador Allende.

Sus funerales fueron dignos de una militante heroica, de una hermosa leyenda romántica de la Izquierda chilena. Una mujer fuerte cuya delicadeza desafió convencionalismos y peligros y eligió el silencio para no herir a otros. Fueron los funerales de una compañera de hoy, de ayer y de los días que vendrán.

Así la recordaremos