MAYA FERNÁNDEZ, NIETA DE SALVADOR ALLENDE: “ENTIENDO EL DOLOR DE MI MADRE”

27.09.2018 22:34

Maya Fernández, nieta de Salvador Allende: “Entiendo el dolor de mi madre” 

Maya Fernández es hija de Beatriz Allende, Taty, quien se suicidó en Cuba en 1977, cuando ella tenía 6 años. Después quedó al cuidado de Mitzi Contreras, la hermana de Miria, conocida como “La Payita”. Ella, su segunda madre, murió de un cáncer fulminante apenas pudo regresar a Chile, en los últimos años de la dictadura. Maya, hoy diputada socialista, dice a The Clinic que a pesar de los dolores que se despiertan cada 11 de septiembre, se considera afortunada de haber tenido dos madres. En esta entrevista exclusiva para The Clinic, abre sus memorias, enfrenta tabús y reflexiona sobre Chile.

Le queda un tenue acento caribeño, apenas perceptible cuando aparece una palabra con jota. Pero de haberse criado en Cuba le queda la actitud ligera y directa para enfrentar los temas más borrascosos.

Maya Fernández Allende, presidenta de la Cámara de Diputados, es hija de Beatriz Allende, Taty, quien se suicidó en Cuba en 1977, cuando ella tenía 6 años. Después quedó al cuidado de Mitzi Contreras, la hermana de Miria, “La Payita”, y con quien Salvador Allende tenía una relación paralela a su matrimonio con Hortensia Bussi. Miria Contreras y Beatriz Allende, con un embarazo de siete meses, estaban con Salvador Allende esa mañana de 11 de septiembre, cuando la Fuerza Aérea comenzó a bombardear La Moneda y la casa de Tomás Moro, donde estaba Hortensia Bussi. Horas más tarde, a los dos años de edad, Maya abandonaba Chile con su madre en un avión que cruzó la cordillera con las luces apagadas, para evitar ser derribado.

¿Qué te parece la opinión de personas que piden poner en contexto las violaciones a los derechos humanos?

-Por un lado, creo que es bueno que en Chile haya un debate sobre estos temas. Por otro, es una lástima que se haya dado en el contexto de una frase de un ministro contra un museo que recoge los horrores cometidos en Chile. El debate me parece bueno, pensando en los jóvenes. Mi hijo, por ejemplo, por causa de lo que ha sucedido, me dijo que quería conocer el museo y pienso que eso le debe haber pasado a muchos jóvenes.

Mi hijo me acompañó al acto cultural que se hizo y fue fantástico. Incluso se quedó más tiempo que yo, porque en un momento yo me tuve que ir con mi hija. Se quedó hasta el final y para él fue súper importante y qué bueno, además, que haya sido la sociedad civil, sobre todo cultural, la que organizó y se rebeló ante el nombramiento de un ministro que dijo una frase tan brutal.

¿Cuál es tu opinión sobre los museos y la memoria?

-Yo creo que el Museo de la Memoria, rescata primero los horrores que sufrieron personas, seres humanos como nosotros, como nuestros hijos, mujeres, hombres, adolescentes, incluso menores de edad, víctimas de actos brutales, además, avalados por el Estado que es lo más dramático, el Estado que tiene que proteger, que tiene que velar, justamente, por la integridad de los ciudadanos. El contexto no importa. Tú puedes tener las diferencias políticas más profundas conmigo, pero nada puede avalar que tortures, que las mujeres sean violadas, decidir que se le aplique corriente a una persona, que se le cuelgue, que se le golpee… Tanta brutalidad que a una, de verdad, hasta el día de hoy se le ponen los pelos de punta de solo pensarlo. Las diferencias políticas hay que debatirlas, hay que dialogarlas y en las urnas ganará quien tenga mayoría ciudadana.

Muchas las víctimas de esas persecuciones fueron militantes y personas que adhirieron al gobierno de tu abuelo. Tu familia, inevitablemente, concentra mucha de esta memoria trágica. ¿Cómo viviste de niña con estos recuerdos familiares?

-Cuando una conoce la historia de hombres, mujeres que sufrieron, que fueron víctimas de estos horrores, se da cuenta de que eran personas que al final fueron perseguidos por tener ideas de un Chile mejor. Creer y soñar a muchos les costó la vida y eso es bien duro. De hecho, a mí me cuesta mucho hablar de estos temas, porque me sensibiliza demasiado, me aprieta el corazón. Pienso en tantas familias y siempre digo que a Allende uno le puede poner una flor, sabe dónde está, pero hay muchos otros, hombres y mujeres que no sabemos dónde están, qué les pasó. Pienso en las familias, en las parejas, pero sobre todo en los padres. Es horroroso no saber de una hija, de un hijo, de un nieto. Es muy brutal y yo no sé cómo alguien puede sanar eso cuando nunca ha recibido una respuesta. Ha faltado un gesto de humanidad de quienes cometieron esas atrocidades.

Yo tenía dos años para el golpe y no me di cuenta sino hasta más tarde. Cuando niña -lo hemos comentado con algunos que somos de la misma generación- de alguna forma hubo una protección de nuestros familiares para no traspasarnos ese sufrimiento que ellos cargaban. Yo viví en el exilio y más grande me di cuenta de que en esta felicidad o ganas de vivir que expresaban nuestros familiares, había mucha tristeza: la pena de no poder estar en su país, con su gente, de no saber qué pasaba con sus amigos. En mi caso particular, es aún más complicado, mi madre Beatriz Allende se suicida en Cuba. Algunos me han preguntado si yo he sentido enojo por esa situación y es todo lo contrario: me imagino la pena que debe haber tenido ella. Imagínate, estando ella en La Moneda embarazada de mi hermano, su padre, el Presidente, se quita la vida. Todo lo que pasó en La Moneda, la desaparición de sus amigos. Acá, llegó a trabajar en el Comité de solidaridad con Chile y recibía la noticia de algún compañero, compañera, de un amigo, de un conocido que desaparecía, que no sabía dónde estaba, de los casos de tortura. Es muy brutal. Pienso lo difícil que debió haber sido para ella. Te pongo su ejemplo, pero así fue para tantos otros. Esa generación trató de sacar las ganas de vivir porque había niños, pero con una pena absoluta y profunda.

¿Alcanzaste a tener recuerdos de ella? ¿Te quedó alguna imagen?

-Tengo imágenes fijas, como fotográficas. La Taty usaba el pelo largo que se amarraba en un moño. De los últimos recuerdos que tengo ella, es de un viaje que hizo a México, del cual regresó con el pelo corto y muy crespo y no me gustó. Puede ser que por ese disgusto, esa imagen se me haya quedado grabada. Un diálogo que tuve con ella y no mucho más. Yo tenía 6 años y Alejandro 4 cuando ella murió. Cuando pienso en ella, digo: ¡Qué valentía de mujer! Las fuerzas que sacó para quedarse en La Moneda con un embarazo de 7 meses y empezar a trabajar desde el primer día en pos de sus compañeros y compañeras, por la democracia. En condiciones normales, cuando le pasa algo a un amigo o a una amiga ¿Cómo nos ponemos? ¡Imagínate si estás todo el día recibiendo noticias tan brutales!

Y sin poder hacer nada

-¡Nada! Sin poder regresar a Chile. Yo pocas veces hice preguntas, porque hay tanto dolor que una no quiere ahondar el sufrimiento. En algún momento le pregunté a mi padre hace algunos años en cómo habría sido ese vuelo de brutal, doloroso, con mucha gente, muchos niños. Le dije: “Papá, pienso en la angustia de mi madre embarazada, con nosotros. Su padre recién muerto, la separación de la familia, qué momento más duro”. Él no me describió mucho. Me dijo que mi mamá era muy fuerte, pero me contó algo que me marcó: “El avión al despegar, no prendió ninguna de sus luces hasta cruzar la cordillera, porque no sabíamos si íbamos a ser derribados”. Un vuelo a oscuras y la incertidumbre de pensar que podían matarnos a todos ¡Imagínate el terror!

Esa debe ser la realidad de muchas familias chilenas cuyos hijos no han recibido, probablemente, de sus familias toda la información de lo que pasó.

-De hecho, hace como dos o tres años para un 11 se hicieron muchos reportajes de personas que en esa época lucharon y sus hijos, claramente, no sabían. Fue muy impactante porque conocías a algunos de ellos y los vi diciendo: “Por primer vez le cuento esto a mis hijos”.

¿Recuerdas tú ese momento en que adolescente un dato te abrió la ventana a ese horror?

-Siempre he dicho que la vida me regaló dos madres. Mi padre no estaba en condiciones de quedarse con nosotros y nos crió la Mitzi, que también era chilena, exiliada. Mi segunda madre. Una mujer muy jugada también en la vuelta a la democracia. Por ella, yo sabía lo que pasaba y era muy brutal y así y todo trataban que ahorrarme detalles. Recuerdo que a la casa llegaron estas arpilleras que se hicieron y se llevaron alrededor del mundo. Yo también quería aprender a hacer arpilleras y fue bien impactante darme cuenta del contenido, porque muchas de ellas mostraban las torturas. Era una forma de hacer denuncias. En otro momento, no recuerdo el año, recibimos a Javiera Parada con su madre. Y yo le pregunto a mi mamá: “¿Qué les pasa? ¿Por qué están acá?” Cuando me contó, no podía creer lo que le había pasado a su padre (José Manuel Parada, asesinado por degollamiento, en 1985). Lo mismo cuando llega a Cuba Carmen Gloria Quintana (quemada viva junto a Rodrigo Rojas De Negri). Y tú te preguntas: ¿Cómo alguien es capaz de hacerle esto a una persona? Por más cuidados que pusieran, era imposible no saber lo que estaba ocurriendo. Una va reconociendo el dolor del otro. A la Mitzi yo la veía llena de energía, pero también con una pena que la acompañaba permanentemente.

VOLVER A PERDER A LA MADRE

¿Pero pensabas que algún día ibas a venir a Chile?

-Ese tema no se tocaba mucho, hasta la vuelta de la democracia.

¿No estaba en el horizonte de posibilidades?

-No. Más bien se dio porque mi familia empieza a volver. Para mí fue bien triste porque la Mitzi, cuando ya puede ingresar a Chile viene con la idea de preparar las condiciones para que nosotros, mi hermano y yo, pudiéramos venirnos a vivir con ella, pero estando acá le diagnosticaron un cáncer terminal y no la volví a ver.
Fue una segunda pérdida sin poder despedirse, entonces, es bien duro, pero ¿sabes qué? Siempre digo que, por lo menos, la Mitzi logró volver a Chile, despedirse de Chile.

¿Cuánto tiempo después de volver falleció?

-Como a los 7 meses. Fue muy rápido.

¿Y ustedes no pudieron entrar al funeral?

-No es que se nos haya prohibido. Nosotros estábamos en Cuba y mi mamá estaba en Chile, faltaba para el cambio de gobierno. Yo tenía 17 años y mi hermano, 15. Creo que la razón para no traernos fue protegernos. Nunca he sentido rencor hacia quienes tomaron la decisión, pero siento que para mí hubiera sido mejor despedirme de ella, porque es como que te queda un capítulo abierto. Ahora entiendo también que el momento era complejo.

¿Pudiste comunicarte por teléfono con ella antes de su muerte?

-No me acuerdo. En ese tiempo las comunicaciones eran dificilísimas. Nos mandábamos cartas. Es raro, los seres humanos manejamos los dolores de distinta manera. En mi caso, tal vez como un mecanismo para soportar, olvido algunas cosas.

REGRESO A CHILE

Maya Fernández volvió a Chile, recién tras el retorno a la democracia y cuando cumplió 21 años se quedó definitivamente, estudiando en la Universidad de Chile.

-Tú sabes que la otra parte de mi familia estaba en México y también volvieron a Chile. Yo sentí que si no volvía en ese momento, no lo iba a hacer. La Universidad de La Habana, donde estudiaba biología, tenía convenio con la Chile y entré. Llegué en marzo de 1992 a la Facultad de Ciencias en el campus Juan Gómez Millas. Creo que una de las cosas buenas que me pasaron fue haber llegado directo a la Universidad. Eso me ayudó mucho a la adaptación. Yo no tenía amigos, no tenía historia acá, no conocía a nadie. La Chile, que es tan acogedora y cosmopolita, en un campus como ese, donde había mucha gente que venía retornando, me ayudó mucho a adaptarme, que no fue fácil.

¿Te dieron ganas de quedarte en Chile o hubo cosas que te costaron?

-Siempre cuesta. Recuerdo que yo hablaba más con las manos, era más acelerada y usaba un tono de voz más fuerte que los chilenos, que es una forma muy caribeña. A veces mis amigos me decían: “Oye, pero no te enojes” y yo respondía: “No me enojo. Yo hablo así”. Yo estaba acostumbrada a hablar directamente, mirando al otro a los ojos. Además, en Chile la gente estaba recién volviendo a hablar. Hubo una generación que se fue hacia adentro, porque todavía sentía miedo de que el vecino, la vecina, alguien de la familia, lo delatara. Pero a mí me encantó Chile. Hubo mucha gente retornaba de mi edad que no estaba contenta, que volvió obligada por sus padres. No fue mi caso. Yo pude haber regresado a Cuba, pero no quise.

¿En qué momento sentiste la necesidad de involucrarte en la política o lo aceptaste como un destino familiar?

-No sé. Yo nunca lo he sentido que haya un karma de la familia. Sucede que mi familia es muy política. Mi abuela (Hortensia Bussi) era muy política. Los sábados almorzábamos con ella, sagradamente. Tenía siete nietos y nietas y ese día para nosotros era el momento de encontrarnos con mis primas, con mi tía Isabel, mi tía Carmen Paz y, además, ella siempre invitaba gente del mundo político o cultural. Entonces, se daban debates. Llegando del carrete del viernes, me tenía que levantar temprano igual a leer el diario y no quedarme fuera de la conversación. A veces teníamos opiniones distintas y, una de las cosas que siempre me gustó, es se respetaban todas las opiniones.

Cuando llegué a Chile, no me inscribí para votar en la primera elección de Frei (Ruiz-Tagle). No estaba preparada. Mi abuela me decía que era importante, pero en la universidad decíamos que no había que inscribirse. Me inscribí para votar por Ricardo Lagos, la primera vez. Todos esos procesos eran muy respetuosos en mi familia. Muchas veces fui la más crítica de La Concertación, pero lejos de tener una familia que me llamara al orden, debatíamos. A veces decíamos: ojalá que en este almuerzo seamos capaces de hablar de otras cosas, pero siempre volvíamos a la política. Hay familias que dicen: “En esta casa no se habla de política” y es respetable, pero en la mía ocurría lo contrario.

¿En qué momento pasaste de opinar a involucrarte?

-Participé en las campañas de Lagos y Michelle Bachelet. En 2006, me fui a vivir a Ñuñoa. En algún momento me habían dicho que querían más mujeres participando en política y me habían ofrecido ser candidata en distintas comunas, incluso alcaldesa. En ese momento, en Ñuñoa había un movimiento ciudadano importante de oposición a la pérdida de vida de barrio por causa de las inmobiliarias. En algún momento alguien me propone que sea concejala y eso sí me hizo mucho sentido. Me sentía parte de este movimiento y en 2008 fui elegida concejala.

¿Inmediatamente después vino la elección a la alcaldía?

-Un periodo fui concejala y de ahí decidí ser candidata a alcaldesa, en un momento en que todo el mundo pensaba que era un gesto simbólico, una elección perdida. Había gente que me proponía que fuera por otra comuna “más segura”. Incluso junté firmas para ir a una primaria, en caso que hubiera otros candidatos de la Concertación, pero nadie se presentó.

El recuento fue milimétrico. Incuso en un momento se dijo que habías ganado. ¿Sientes que lograste una presencia política propia, más allá de ser la nieta de Allende?

-Yo tengo una historia y tengo un apellido. Lo más probable es que haya gente que vote porque el apellido Allende los representa. Pero nunca me he presentado en distritos “calados”. Nunca se había visto que un socialista estuviera a punto de ganar la Municipalidad de Ñuñoa. Y para la diputación, en 2013, el distrito era Ñuñoa y Providencia, comunas que no son proclives al PS, ni al apellido Allende. Siempre he tenido elecciones difíciles. Soy la primera socialista que ha salido en ese distrito.

¿ALLENDE MACHISTA?

Eres presidenta de la Cámara de Diputados en un momento en que Chile ha cambiado mucho, especialmente en cuanto a aceptar la idea de la igualdad de género.

-Chile ha sido interesante en estos últimos años, porque había tema tabú y de repente dejaron de serlo, y fuimos capaces de hablar de ellos, partiendo por el divorcio. No hace mucho se decía que la institucionalidad familiar se iba a desarmar si se aprobaba el divorcio y de repente. Por eso te digo que el Congreso tiene que debatir todos los temas: aborto, eutanasia, ley de identidad de género.

¿Tú crees que tu abuelo hoy sería machista?

-Desde la perspectiva de hoy, de los cambios culturales que hemos tenido, sí. Creo que todos los políticos de antes eran machistas, no solamente Salvador Allende. Si uno lo mira en su época, era bien adelantado, progresista. Él tuvo tres hijas mujeres y mis tías siempre han contado que, en esa época a los niños o niñas los ponían en la mesa de la cocina a la hora de comer, separados de los adultos. No participaban en las conversaciones. En cambio, mi abuelo siempre las sentó en la mesa para que participaran y ellas me cuentan que hablaban de cultura, de arte, de política. Siempre las incorporó. Mirado desde esa época uno dice: “Oh, qué adelantado”. Ahora, si uno mira los cambios culturales que se está dando en Chile, hacia atrás son todos machistas. ¿Cuántas mujeres tenían un rol político relevante en esos años? Tenían un papel secundario en los partidos. Hemos tenido una sola vez una mujer presidente del Partido Socialista a lo largo de la historia. En el Senado, solo una mujer presidenta y en la Cámara de Diputados, yo soy apenas la cuarta.

LA PAYA Y TENCHA

Y hablando de tabús familiares, Mitzi era la hermana de La Payita (Miria Contreras), con quien tu abuelo tenía una relación extramarital. ¿La conociste?

-Sí. La Mitzi pasó a ser mi mamá y la Paya, mi tía y siempre fue así.

¿Ese no fue un tema de conflicto familiar?

-No. Yo no sé si mi abuela o alguien sintió algo, pero nunca nos criticaron, nunca nos dijeron algo.

¿No te hicieron sentir una diferencia porque tú habías sido criada por esa parte de la familia?

-No.… Como te contaba, no fui una gran preguntona. Hay gente que necesita saber mucho para reconstruir su vida y sanar sus heridas y otras que, a lo mejor, preguntamos menos y reconstruimos nuestras heridas sin saber demasiado. Cada cual vive sus procesos. Pero recuerdo que la única vez que conversé con mi abuela el tema, ella me dijo que era una agradecida de la MitzI y de La Paya por habernos querido tanto a mí y a mi hermano. Yo nunca oculté que cuando llegué a Chile, seguí viendo a La Paya. Siempre ha sido parte de mi vida, parte de mi historia y mi abuela siempre estuvo consciente de que yo la quería mucho. Después, cuando La Paya enfermó y falleció, estuve con ella. Yo lo pongo al revés. Tuve la fortuna de tener una familia más grande, con más hermanos. La vida me regaló dos mamás.

Tu abuela también demostró una amplitud de mente inusual en mujeres que sienten que ha habido otra en la vida de sus maridos.

-Sí, yo nunca dejé de ver a nadie de la familia. Creo que mi abuela, además de ser generosa, ese tema era irrelevante después de haber vivido experiencias tan profundas, tan duras: la muerte de mi abuelo; haberlo sepultado sola en Viña del Mar, sin siquiera estar segura de si ese cuerpo era el suyo. Estaba sola en la casa de Tomás Moro cuando fue bombardeada. Ella tenía fuerza y carácter y siempre. Podía dar testimonio de lo que pasó, de la muerte de mi abuelo, de cualquier cosa, menos de la muerte de mi madre, su hija. Ese era un tema tan profundamente doloroso para ella, que no podía siquiera pronunciarlo.

¿Cómo interpretas en la perspectiva histórica haber perdido a tus dos madres de esta manera trágica?

-No siempre es fácil. Tengo el corazón lleno de cicatrices y de heridas con las que aprendí a vivir, pero siempre están ahí, duelen. Llega la fecha del 11 de septiembre y hay un dolorcito que se activa, pero también eran mujeres tan luchadoras y tan entregadas que lo que me dejaron fueron las ganas de vivir, que hay que “echarle pa’lante”, no rendirse; que una se puede equivocar, pero siempre debe luchar por lo que cree; que no hay que dejar que la pena te consuma, te derrote. Al final, eran mujeres que amaban mucho la vida.

LA IZQUIERDA EN EL SIGLO XXI

En este minuto hay un desprestigio bastante amplio en la ciudadanía de la política. ¿Cuál crees tú que son los desafíos de la izquierda chilena, por ejemplo, el tema de los derechos humanos que puso Boric?

-La izquierda tiene que ser capaz de debatir todo. No solo los temas que puso Boric. Debates muchos hemos tenido en el Congreso sobre Venezuela y Nicaragua, pero también hay que hablar de economía, de crecimiento y de seguridad. Debemos tener una visión respecto a todas las temáticas y no inhibirnos de eso. Podemos tener diferencias, pero no ocurrir que no haya debate. La política tiene que volver a los territorios y a conversar mucho, a escuchar. En un momento hubo mucha desvinculación entre lo ciudadano y lo político. Esas confianzas hay que trabajarlas. Eso no se logra de un día para otro. También uno se da cuenta de la importancia de los colegios en la educación cívica. Muchas veces me ha tocado charlas con los vecinos. Ellos te piden cuentas de por qué no presentas este o aquél proyecto y cuando les explicas que Chile tiene un sistema presidencialista, te das cuenta que mucha gente no sabe de eso ni que todo lo que conlleve gasto para el Estado solo puede presentarlo el Ejecutivo y que esto es parte del debate constitucional que debemos tener, se dan cuenta.

Hay gente que plantea que la izquierda no tiene sentido porque los gobiernos de izquierda que existen violan los derechos humanos o no son capaces de cumplir con las promesas de generar más igualdad, como está ocurriendo en Nicaragua, Venezuela y hay quienes suman a Cuba ¿Qué opinas tú?

-Cuando los derechos humanos son universales, van más allá de los países. Tenemos que hablar de todas las democracias y qué pasa en algunas como la nuestra donde también están ocurriendo hechos bien graves. Eso no quita hablar de Nicaragua, de Venezuela, de Cuba inclusive. Respecto de Nicaragua y Venezuela donde hemos tenido, tal vez, las crisis más profundas en el último tiempo, mucha gente de la izquierda se ha pronunciado. Inclusive, en el caso de Nicaragua, sacamos una declaración que firmamos todos los diputados socialistas. Yo recibí a una delegación que vino de Nicaragua y estuvo también en la Comisión de Relaciones Exteriores, donde unánimemente se acordó sacar una declaración pública. La izquierda está debatiendo, pero a veces es más cómodo seguir diciendo que no.

También creo que hay que opinar de estos países y de lo que pasa, en general, con las democracias del mundo, qué pasa con los niños en Estados Unidos que estuvieron enjaulados; en México, donde en la elección pasada fueron asesinados más de cien candidatos. Qué pasa en Asia, qué pasa en África. Cuando hablamos de la universalidad de los derechos humanos, es interesante abordar qué está pasando en el mundo y qué pasa en Chile, lo que pasó en Villa Grimaldi, donde les pusieron un letrero ultraintolerante, en un lugar donde torturaron a tantas personas. Cómo es posible que haya personas en Chile que crean que era necesario torturar y desaparecer. No usemos lo que ocurre en otros países como un mecanismo de distracción.

* The Clinic - Especial Memoria - Alejandra Matus