LA HISTORIA OCULTA DE EL CAÑAVERAL: DE REFUGIO DE ALLENDE A UN VIOLENTO HOGAR DE MENORES EN DICTADURA

04.05.2019 22:40

La historia oculta de El Cañaveral: de refugio de Allende a un violento hogar de menores en dictadura

Tras el golpe de Estado de 1973, la casona de la ex secretaria personal de Salvador Allende, Miria Contreras Bell -la Payita- fue confiscada por los militares y transformada en hogar de niños. El lugar, vinculado a Carabineros, pretendía ser una residencia de menores ‘ejemplar’ de la dictadura, pero también fue escenario de maltratos y abusos.

 

INTERFERENCIA presenta la historia en profundidad del destino de El Cañaveral, la casona de la Payita, la secretaria de Salvador Allende, que fue sede de dos hogares de menores en dictadura, para luego ser recuperada por la familia de su dueña original. Esta primera parte aborda la transformación de lo que fue uno de los lugares más habituales en los que vivió Salvador Allende hacia el final de sus días a un hogar de menores ligado a Carabineros. La segunda parte, aborda el paso del hogar de menores a manos de curas católicos, y la recuperación que hizo Payita y su familia de la casona,  

Felipe Bastías no recuerda con exactitud la fecha en que llegó a vivir a El Cañaveral. Sí  recuerda el traqueteo del bus amarrillo, serpenteando por la encajonada ruta hacia Farellones, en el que él y otros 24 niños viajaron un día de primavera de 1973 hasta llegar a la casona en la que vivirían. 

Su impresión fue mayor cuando el vehículo bajó la velocidad y comenzó a descender por un camino pedregoso hasta llegar a una enorme casona a un costado del río Mapocho. A partir de ese día, ese lugar que le pareció de ensueño, se convertiría en su nuevo hogar. 

El inmueble tenía dos plantas. Se veía firme con sus grandes vigas y muros revestidos de laja. Alrededor, árboles de distintas especies adornaban el paisaje. 

Le habían dicho que a ese hogar eran destinados “los niños con talento”. Ahí no iban a parar los infractores de la ley.

Ciertos detalles del lugar despertaron su curiosidad infantil. En los alrededores de la edificación había restos de vidrios, algunos agujeros en las paredes y casquillos de balas con los que se puso a jugar con sus nuevos amigos. 

Felipe -entonces de 8 años- no sabía que hasta septiembre de ese año, el lugar era frecuentado por el presidente Salvador Allende. Tampoco sabía que esa propiedad había pertenecido a la secretaria personal del mandatario, Miria Contreras Bell, más conocida como la Payita, con quien el presidente tenía una relación sentimental. Ni supo que en ese mismo recinto se reunían los miembros del Dispositivo de Seguridad Presidencial, llamado coloquialmente Grupo de Amigos Personales (GAP) de Allende. De ese pasado reciente, prácticamente, no quedaban vestigios cuando los niños arribaron a El Cañaveral. 

Los preparativos para recibir a los menores habían comenzado en octubre de 1973. La inauguración oficial del recinto fue el 21 de diciembre de ese año. Recibió el nombre de Hogar Javiera Carrera, en honor a “una mujer ejemplo de madre y de chilena”, según un artículo publicado en el diario El Mercurio por esas fechas.

“Risas infantiles reemplazarán ahora el quehacer criminal de la fabricación de bombas y sofisticadas reuniones íntimas, al ser entregada la mansión de veraneo al Consejo Nacional de Menores para dar albergue y calor de hogar a niños en situación irregular”, decía la nota de prensa.

Según el artículo, la propiedad fue entregada por el general de Carabineros en retiro, Diego Barba Valdés, recién designado ministro de Tierras y Colonización -actual Ministerio de Bienes Nacionales- al entonces ministro de Justicia, el abogado Gonzalo Prieto Gándara. En la ceremonia también estuvieron presentes el ministro de Obras Públicas, general Sergio Figueroa; el director de Prisiones, coronel (R) Guillermo Arancibia; el alcalde de Las Condes, el ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Carlos Guerraty Villalobos, además del vicepresidente del Consejo Nacional de Menores, el coronel (R) Alfredo Vicuña Ibáñez. 

Salvo artículos de prensa y una breve alusión en el documento “Un año de construcción 11 de septiembre de 1973- 11 de septiembre de 1974”, publicado por la Junta de Gobierno, no existió mayor información pública de la creación de este centro para menores. 

Lo que sí se especificó fue que la implementación de este hogar, junto a otros cinco de la misma índole, era parte de la política enfocada en dar atención a “alrededor de 30 mil menores en situación irregular, habiendo necesidad de enfrentar una atención a un número cercano al medio millón”.

A pesar de las expectativas iniciales, el recinto funcionó sólo hasta fines de la década de los 70, dando paso posteriormente a un nuevo proyecto denominado Aldea de Hermanos, impulsado por un grupo de sacerdotes y laicos, quienes, envueltos en problemas financieros, tuvieron que abandonar El Cañaveral a principios de los años 90. 

Antes de convertirse en un hogar de niños, la propiedad de El Cañaveral fue comprada por Miria Contreras Bell a su hermana Lina en 1971. El terreno, previamente, había pasado por una serie de compraventas y herencias.

Los registros más antiguos del bien inmueble encontrados para este reportaje, datan de la década del 40, período en que figura como dueño de un terreno de 22 hectáreas el arquitecto Santiago Roi, conocido por diseñar un refugio familiar para el empresario Agustín Edwards Budge, en el sector de Farellones. 

En 1962, y tras pasar por diversos propietarios, el lugar fue adquirido por el ingeniero comercial Flavián Levine Bowden, primer marido de Lina Contreras, hermana de la Payita. Siete años después y debido al término de la sociedad conyugal, el recinto quedó en manos de Lina Contreras, quien en 1971 lo vendió a su hermana Miria por el precio de 350 mil escudos al contado, como quedó registrado en el Conservador de Bienes Raíces de Santiago.

La Payita se trasladó a El Cañaveral junto a sus hijos Enrique y Max tras separarse del ingeniero Enrique Ropert Gallet. La propiedad de unos 13 mil metros cuadrados, contaba con amplios jardines, piscina y una casona central de dos pisos, a la que se habrían sumado, posteriormente, unas casas prefabricadas para el GAP.

Antes del golpe de Estado, el Presidente Allende dividía sus días entre la residencia presidencial y la casa de Miria Contreras. De lunes a jueves su vida la hacía en calle Tomás Moro, en Las Condes. Los viernes, el mandatario viajaba hasta El Cañaveral, emplazado en el kilómetro 5 del camino a Farellones, actual comuna de Lo Barnechea. 

En el libro Salvador Allende. Biografía Sentimental de Eduardo Labarca, se menciona que el presidente disponía de una habitación amplia y una sala privada en la que se dedicada a trabajar y descansar en el segundo piso de la propiedad. 

Se alude, además, a las visitas que recibía Allende. El ingeniero español y consejero del mandatario, Víctor Pey; el periodista Augusto Olivares, el embajador cubano en Chile, Mario García Incháustegui, y el jefe político de esa embajada, Ulises Estrada, fueron algunos de los invitados a El Cañaveral. También Beatriz -Tati, la hija más cercana al mandatario- quien viajaba hasta la casona todos los domingos con su marido, oficial cubano, para almorzar junto a su padre.

En una entrevista entregada por el ministro de Justicia del gobierno de la Unidad Popular Sergio Insunza al diario El Mostrador en 2003, el ex secretario de Estado se refirió a dos reuniones que sostuvo con Allende en El Cañaveral antes del golpe de Estado. La primera de ellas fue el 8 de septiembre de 1973, ocasión en la habrían conversado de la estrategia a seguir para enfrentar la crisis política y social que vivía el país. La segunda, fue una cena al día siguiente en la que estuvieron presentes Allende, la Payita, su hija Isabel Ropert, y una de sus hermanas, Víctor Pey, Augusto Olivares y el propio Insunza.

Existen distintas versiones de lo que sucedió antes y después de ese encuentro. Lo concreto es que el 11 de septiembre se produciría el fin de la Unidad Popular, misma fecha en que la Payita se vio obligada a dejar su hogar y partir al exilio. 

Luego de un mes del golpe de Estado la casona El Cañaveral comenzó a ser intervenida con una serie de transformaciones. Entre el 11 de septiembre y comienzos de octubre de 1973, según vecinos de la zona y posteriores residentes, la propiedad se mantuvo custodiada por militares.

La tensión se respiraba en esos días en el país. Por las calles circulaban militares, la ciudadanía se encerró en sus casas tras decretarse el estado de sitio, la Junta de Gobierno controlaba cada movimiento a lo largo del territorio nacional; había disuelto el Congreso y los detenidos eran trasladados a centros de detención.

El 10 de octubre de 1973 llegó a El Cañaveral un hombre joven, de menos de 20 años. Se trataba de Juan Carlos Navarrete, quien unos años más tarde se convertiría en director del primer hogar de niños que funcionó en la casona: el Javiera Carrera.

A pesar de su corta edad, Navarrete tenía experiencia en el trato con niños. Antes del Javiera Carrera, había trabajado en un centro de menores en Pudahuel. Un lugar que, según su descripción, era precario, complejo, donde iban a parar mayoritariamente infractores de la ley.

“En octubre llegamos a ayudar con el ordenamiento y la implementación del hogar, a  comenzar a preparar los planes de trabajo, definir cuántos niños iban a llegar y ver el tema de las cabañas. Lo primero que hicimos fue ponerles nombres a los pabellones donde estarían los niños: UncoTamarugalChamal y el pabellón Fach. A este último se le puso así porque el Hospital de la Fuerza Aérea nos apadrinó y nos hacía una jornada una vez al año de mantención y reparación”, recuerda Navarrete.

Los pabellones que menciona Navarrete estaban distribuidos en distintas partes de la propiedad. Uno de ellos próximo al río Mapocho, hacia el oriente de la casa central, y los otros dos hacia el poniente. Eran construcciones de un piso, firmes, amplias  y contaban con baño. A estas edificaciones se sumaron unas casas en forma de A,  las que se destinarían a los auxiliares de trato directo (ATA), como se llamaba en esa época al personal que estaba a cargo de los niños. La casona central, en tanto, se destinó para las oficinas de administración que fueron instaladas en el segundo piso, mientras que en el primero se habilitó un salón de clases

En la primera etapa la dirección del hogar estuvo a cargo de tres carabineros, según Navarrete. El primero fue el coronel Armando Salas. Le siguieron los coroneles Héctor Rojas- que estaba en retiro- y Jorge Ferrada. 

El objetivo fue atender a niños entre los cinco y catorce años, vulnerables socialmente, derivados desde los juzgados de menores porque no había adultos responsables que se pudieran hacer cargo, recogidos por vagancia o huérfanos.

El ex director señala que el personal del hogar estuvo conformado, en un comienzo,  por seis personas: cuatro supervisores de menores, el director y un jefe administrativo.

Los ATA -que según Navarrete pasaban por proceso de instrucción en el Consejo Nacional de Menores (CONAME)- trabajarían directamente con los niños en el reforzamiento escolar, la creación de hábitos, deportes y recreación. 

“Ese era nuestro trabajo, lo que debería hacer un padre con sus hijos. Eran niños faltos de afectividad, pisoteados por la vida”, sostiene Navarrete. 

De acuerdo al libro Historia de la infancia en el Chile republicano: 1810-2010, de Jorge Rojas Flores, El CONAME, creado en 1966, era el organismo a cargo de “planificar, supervigilar, coordinar y estimular el funcionamiento y la organización de las entidades de servicios públicos o privados”, enfocados en  prestar asistencia y protección a los menores en situación irregular, así como destinar recursos económicos a estos organismos. 

A principios de los años 70 las instituciones beneficiadas con subvención estatal para este fin eran la fundación Mi Casa, Niño y Patria -perteneciente a Carabineros- el Consejo de Defensa del Niño, diversas casas del Buen Pastor, el Hogar de Cristo, a las que se sumó la Fundación Niño Chileno.

Esta última tenía, además, la facultad de crear hogares sustitutos, proporcionar dinero o especies a familias con dificultades para la manutención de los niños, y así evitar que fueran separados de sus padres, otorgar asistencia financiera y asesoría a organizaciones públicas y privadas dedicadas a este tipo de trabajo.

De acuerdo a los antecedentes recogidos en esta investigación, la Fundación Niño Chileno fue la encargada directa del hogar de menores Javiera Carrera. Sin embargo, no se encontró ningún antecedente que permitiera acreditar este vínculo, como tampoco documentos relacionados con la creación de esta institución que funcionó en El Cañaveral.

Sin embargo, sí quedaron pistas del proceso de expropiación del inmueble por parte del Estado, como consta en el decreto de ley N°498 del 10 de abril de 1975, del Ministerio del Interior. En éste se señala que El Cañaveral pasó a dominio del Fisco bajo el argumento que Miria Contreras Bell “carecía de los recursos necesarios para justificar la adquisición  de esa propiedad”, así como de varios vehículos que figuraban a su nombre.

Sentados en un café de la Plaza de Armas de Santiago, José Luis Lizana, Héctor Herrera, Jaime Illanes  y José Luis Valdivia bromean, ríen y se abrazan en un gesto de hermandad. No se reunían desde hace varios años pero en cada gesto y anécdota que surge, develan complicidad. Pasaron juntos la infancia en el Hogar Javiera Carrera.

Hablan con nostalgia de El Cañaveral, con cariño, recordando las vivencias con sus compañeros, los “tíos”, y cada rincón de la casona. Dicen que el Hogar Javiera Carrera era privilegiado, muy distinto a otros recintos de este tipo para niños que, de acuerdo a versiones escuchadas o por sus propias experiencias, señalan como “verdaderas cárceles”. 

“Las puertas estaban siempre abiertas, no nos tenían encerrados. Se permitían visitas de la familia y podíamos ir a verlos los fines de semana”, relata José Luis Lizana, quien agrega que el Javiera Carrera, “era el mejor hogar de niños de Chile. Teníamos beneficios que otros orfanatos no tenían”.

Los motivos por los que fueron derivados a este hogar son similares. Lizana llegó El Cañaveral a fines de 1973 debido a que su madre quedó con una invalidez de por vida a raíz de una enfermedad. José Luis y sus siete hermanos fueron destinados a distintos hogares de menores a principios de los años 70.

A Héctor Herrera lo enviaron al Javiera Carrera en 1976, por problemas familiares, tras la gestión de su hermana quien trabajaba con militares. José Luis Valdivia y Jaime Illanes fueron internados porque eran “desordenados”-dicen- y por malas juntas que tuvieron en el camino.
Se refieren a las rutinas en la casona. El día comenzaba temprano, a veces a las cinco de la mañana, porque tenían que trasladarse en micro o a pie hasta alguno de los colegios más cercanos en Lo Barnechea. Uno de los establecimientos era la escuela básica San Juan de Kronstadt, más conocido como “el colegio ruso”, porque fue fundado por una monja de ese país en la década de los 60. El otro estaba en un sector más abajo en Lo Barnechea.

En el Javiera Carrera todos los días se pasaba lista, hasta cuatro veces al día. Lo hacían para verificar si alguno de los niños se había fugado -algo que rara vez ocurría- se asignaban tareas de aseo y se establecía el programa de las actividades de la jornada. Los residentes mayores hacían el aseo en los pabellones donde dormían los más pequeños y ayudaban a limpiar el terreno cuando era necesario. En los momentos libres aprovechaban de sacar libros de la biblioteca y jugaban cerca del río. También mencionan que había dos perros en la propiedad: Gapito, bautizado así por el GAP y Tarzán

Con el tiempo los niños se dieron cuenta de que esa casa tenía algo diferente. Existían situaciones y lugares particulares, como lo que denominaban la escuela de guerrilla -antes lugar de práctica del GAP- la presencia constante de carabineros resguardando la propiedad por temor a atentados, además de visitas de autoridades y curiosos.

“En el período entre 1973 y 1975 llegaba mucho turista a ver la casa. Los supervisores nos decían: ‘ya, usted vaya con esta persona’. Entonces los llevábamos a recorrer el lugar  y a mostrarles la historia de la casa. A veces nos daban plata para salir los fines de semana”, relata José Luis Lizana.

Llegaba también personal de la Fach, del Club de Leones San Pedro de Las Condes, y generales de Carabineros que incluso, según los ex niños del hogar, iban a hacer asados a la casona central. 

Una visita frecuente al hogar era Alicia Godoy, esposa del general director de Carabineros  y miembro de la Junta de Gobierno, César Mendoza Durán.

“La señora del General Mendoza, Alicia Godoy de Mendoza, iba habitualmente. A veces andaba en un acto en Las Condes o en algún evento y se arrancaba para a El Cañaveral a tomar un tecito”, recuerda el ex director, Juan Carlos Navarrete, quien también indica que el hogar “era como un emblema del gobierno militar”.

Según el grupo de ex compañeros, en la casona central en ocasiones penaban. 

Héctor Herrera señala que, aprovechado este factor, le jugaron más de una broma a los cuidadores del turno nocturno. “A veces llegábamos tarde y asustábamos a un tío que se llamaba Alfredo. Entrabamos calladitos a la casa central y empezábamos a correr los muebles. Entonces el tío decía: ‘Ya pos don Salvador, déjese de hueviar si yo no he hecho nada’, comentan en medio de las risas el grupo de Lizana, Valdivia e Illanes.

En el hogar se registraron también algunos incidentes dramáticos. Uno de ellos fue la muerte de un niño que se golpeó en unas piedras tras caer al río Mapocho y que falleció a pesar de los esfuerzos del personal por reanimarlo.

Este incidente puntual repercutiría posteriormente, según la versión de los integrantes de la organización que se hizo cargo en los 80 de El Cañaveral, en el término del proyecto del Hogar Javiera Carrera. 
No todos los ex residentes guardan buenos recuerdos del Javiera Carrera. Felipe Bastías, actualmente de 54 años, y quien llegó al hogar en el grupo de 24 niños que viajaron en el bus amarillo a fines de 1973,  fue testigo de maltratos perpetrados por uno de los ATA.

Sus padres eran de origen campesino; migraron desde Isla de Maipo hasta San Bernardo donde se instalaron con sus diez hijos. Un día su padre se marchó dejando abandonada a su madre y la pobreza se instaló en la familia. Tras la visita de una asistente social, Bastías y dos de sus hermanos fueron trasladados a un centro de menores en San Bernardo. Tiempos después sería enviado a El Cañaveral. 

El tío Polo

Si bien Bastías atesora buenos momentos compartidos con sus amigos y del ex director Juan Carlos Navarrete, no puede olvidar los castigos que él y otros niños recibieron de parte de uno de los tíos al que llamaban Polo.

“Se llamaba Leopoldo Santelices Valdivia y le decíamos tío Polo. Venía de otro hogar de niños de Santiago. Maltrataba a los niños más rebeldes y a los más débiles”, afirma. Agrega que “era como un tipo que salió de la guerra, como un militar en la forma y en el trato”. 

Según relata, el tío Polo tenía la costumbre en sus turnos de destapar de cuajo a los niños y golpearles las piernas y pies con una varilla. En una oportunidad pudo ver cómo Santelices le pegaba combos y patadas a niños en las duchas y recibió un castigo, junto con otros niños, que consistió en marchar por una cancha con los colchones a cuestas un día de frío, a modo de correctivo porque alguien, supuestamente, había rasgado la ropa del cuidador.

Dentro de los malos recuerdos del hogar Javiera Carrera, destaca el maltrato por parte de Leopoldo Santelices a un menor con retraso mental.

Pero el que recibió el peor trato -recuerda- fue un niño llamado Rogelio, que tenía un retraso mental, y quien por error habría ido a parar a ese hogar. 

Entre los castigos que presenció en contra del menor, Bastías dice que nunca olvidó una ocasión en la que Santelices lo colgó con una soga desde los pies, con la cabeza balanceándose hacia el suelo “como si se tratara de un péndulo”. 

José Luis Lizana, quien recuerda al tío Polo como un hombre “estricto” y que tenía “una enseñanza a la antigua”, guarda en su memoria algunas situaciones que involucraron al niño al que se refiere Bastías. “Rogelio era un niño que tenía un problema mental. Me lo encontré unos años más tarde en [el Hospital Psiquiátrico] El Peral. Él [Rogelio] se cuadraba frente al tío Polo y le decía: mi general”.

Felipe Bastías, por su parte, recuerda que tras un incidente con otro niño, al que el cuidador habría propinado una golpiza, el tío Polo terminó yéndose del hogar. 

Este último episodio es confirmado por Héctor Herrera. “El tío Polo tuvo un problema gravísimo. Fue con un pequeñito que se orinó en la cama que se llamaba Pedro Lagos. Le pegó tan fuerte que lo dejó marcado. De hecho nosotros nos preguntábamos por qué lo había golpeado, ya que era su regalón”. 

Un ex trabajador del hogar, quien prefiere mantener su identidad en reserva, señala que la acusación fue una calumnia y que el trabajador no habría castigado al menor, aunque efectivamente, fue despedido y encarcelado por cinco días tras ese incidente. Sin embargo, descarta la versión de Bastías en cuanto a malos tratos. 

A fines de los años 70 el proyecto del Hogar Javiera Carrera concluyó, lo que coincidió con el fin del CONAME y de la Fundación Niño Chileno y la posterior creación del Servicio Nacional de Menores (SENAME) en 1979. El Cañaveral quedó bajo el mando de otra institución denominada Aldea de Hermanos que se hizo cargo de una parte de los niños y del inmueble, hasta el retorno de la democracia.

Problemas financieros, irregularidades y denuncias de abuso sexual contra ex residentes, son parte de los hallazgos de este reportaje que se abordarán en la segunda parte de esta historia: 

La historia oculta de El Cañaveral: Los malos años de la Aldea de Hermanos y la recuperación por parte de la Payita: Tras el fin del hogar  de niños Javiera Carrera a fines de los años 70, la propiedad que sirvió de refugio a Salvador Allende se trasformó en un nuevo proyecto dirigido a menores de edad en situación irregular, a cargo de sacerdotes y laicos, que funcionó hasta principio de los años 90, el que fue escenario de abusos sexuales y  trabajo infantil, conforme denuncian varios testimonios. En este periodo la casona acogió a Miguel Ángel, el vidente de Casablanca