INGOBERNALIDAD DE LAS INSTITUCIONES MILITARES: UN MOTÍN EN EL REGIMIENTO

02.12.2018 20:34

Ingobernabilidad de las instituciones militares: Un motín en el regimiento

El Comandante en Jefe del Ejército hizo declaraciones en el Congreso sobre la filtración de una charla institucional y agregó un comentario sobre la ingobernabilidad creciente de los regimientos. Como toda declaración de importancia, ésta fue dicha al pasar y fue recogida solo por unos pocos medios. Seguramente la afirmación de ingobernabilidad fue una exageración producto del ánimo hastiado del Comandante que se ha visto enfrentado a críticas y presiones complejas. Primero, por el Ministro de Defensa que le ordena hacer declaraciones de sumisión que, explícita y repetidamente, sin que mediara pregunta alguna, exculpan al Ministro de toda falla que se pudiera imputarle.

Este uso de la deseable autoridad civil no es afortunado; se parece demasiado a un uso personal de las FFAA. El segundo punto fue aclarar sus dichos filtrados de una conferencia motivacional en que usó ejemplos de ventas ilegales de armamento por parte de militares a delincuentes. Aquí se abre una reflexión postergada en exceso sobre las instituciones armadas, su nivel adecuado de secreto, sus grados permisibles de autorreferencia y su relación con la sociedad.

La mención a la ingobernabilidad se realizó en el contexto de una queja más que de un informe detallado y descriptivo. El General se refirió a la judicialización con que los subordinados responden a cada orden que reciben. En la extensión dada a este fenómeno también hay exageración, pero se marca un giro en que las fuerzas armadas empiezan a estar sometidas a la legalidad común y la jerarquía deja de ser una garantía de obediencia, de corrección y de impunidad.

 

Este es un fenómeno emergente y no tenemos los números, ni las características, ni los resultados de esas demandas. Es evidente que para el mando tradicional de una institución jerarquizada y autorreferente, la discusión de las órdenes sea un atentado a la disciplina y a la mística militar. El malestar, si bien es comprensible, indica que el proceso de readaptación cultural de las fuerzas armadas no está suficientemente encaminado. Se puede suponer que la rebeldía de los subordinados puede deberse a malos tratos habituales. Es probable que las ordenes a las que se refiere el General deban adaptarse a una nueva cultura de respeto a las personas y a la ley lo que debería no solo alegrarnos sino contribuir a fortalecer la institución.

 

Este es un fenómeno emergente y no tenemos los números, ni las características, ni los resultados de esas demandas. Es evidente que para el mando tradicional de una institución jerarquizada y autorreferente, la discusión de las órdenes sea un atentado a la disciplina y a la mística militar. El malestar, si bien es comprensible, indica que el proceso de readaptación cultural de las fuerzas armadas no está suficientemente encaminado. Se puede suponer que la rebeldía de los subordinados puede deberse a malos tratos habituales. Es probable que las ordenes a las que se refiere el General deban adaptarse a una nueva cultura de respeto a las personas y a la ley lo que debería no solo alegrarnos sino contribuir a fortalecer la institución.

Aquí está en juego la inserción militar en la institucionalidad democrática y la modernización del concepto de autoridad así como la actualización de las misiones militares y la modernización de sus recursos. La autoridad no es un derecho a la arbitrariedad y la democracia no implica organizar votaciones ni deliberaciones en los cuarteles. La limitación de la autoridad militar y la inserción en la sociedad democrática, son actualizaciones y reconocimientos del carácter estrictamente subordinado que tienen las fuerzas de Defensa Nacional. Antiguamente, la disciplina del látigo era considerada la única posible en la sociedad y en la milicia. El hecho de que las fuerzas militares se hayan sustraído a la evolución de la pedagogía y del trato entre las personas, es una debilidad cultural estratégica de las Fuerzas Armadas que ha sido superada los países desarrollados.

El episodio reciente, en que el próximo encargado de educación a las nuevas generaciones de oficiales del Ejército fue dado de baja luego de un acto de reconocimiento a violadores de los Derechos Humanos, marca un desajuste límite en el viejo ejército de Antuco, de la Dictadura, de la agencia de pasajes y de las coimas en las compras de armamento. El ejército secreto, cómodo, el de los redondeos de sueldos y las lealtades oscuras, está enfrentando finalmente una actualización democrática. El Ejército del siglo pasado, conjurado para la excusa de la Patria, ha sido el nido de complicidades inaceptables en el siglo XXI. Lo que tenemos a la vista, no son anécdotas, ni son fallas puntuales y personales; no son tampoco deslices aislados. Estamos ante una falla sistémica en que la corrupción está enredada con la ineficiencia, con el extravío de su misión y con la amenaza del uso de la violencia contra la sociedad (la venta de armas a delincuentes es suficiente para entender que el monopolio de las armas encierra una amenaza constante de violencia).

Esta forma de la Defensa Nacional en que todo ilícito está permitido y que el resto de la sociedad y de las instituciones convenimos en ignorar; esa manera de construir Fuerzas Armadas está obsoleta, por motivos tecnológicos y de gestión. En nuestros tiempos, el secretismo es inviable, su importancia práctica se ha reducido y ya no existe manera segura de evitar la implicación de la sociedad en las prácticas de defensa instaladas en su nombre.

Necesitamos introducir criterios de transparencia y formas de control ciudadano en estas instituciones. No se trata de abrir la ‘información secreta’ sino de minimizarla y aun en ese mínimo, sujetarla a control parlamentario.

Sabemos que las FFAA son un disuasivo fundamental para inhibir tentaciones expansionistas, las revanchas atrapadas en algunos subconscientes y las aventuras territoriales de distinta naturaleza que pueden afectar nuestra paz. Pero en definitiva ¿en qué consiste el trabajo militar en tiempos de paz? Seguro ya no se trata de escrutar el horizonte y ni siquiera una pantalla de radar en busca de fuegos amenazantes. ¿Cuánto hay del Desierto de los Tártaros en la novela cotidiana militar? ¿Cuánto hay de una espera indeterminada, de una imaginación borracha de enemigos infiltrados y de una cultura del ocio burocrático y cortesano?

Actualizar la defensa es también modernizar la formación de los soldados y las relaciones entre ellos. La obediencia ciega e inmediata que se requiere en batalla no puede ser exigida para el manejo de la contabilidad, para la convivencia en los cuarteles o para cubrir abusos físicos y hacerlos pasar por entrenamiento. Las lógicas profesionales del siglo XXI no son las del ejército prusiano de inicios del siglo XX ni las de las fábricas fordistas que satirizaba Chaplin. Antes que soldados duros, dispuestos a matar y a sacrificar sus vidas (chupilca del diablo mediante) necesitamos personal eficiente, competente y comprometido.

Como en todos los países occidentales, las Fuerzas Armadas deben tener ocupaciones permanentes, en tiempos de paz, en apoyo a la ciudadanía, por ejemplo, con la profesionalización de un voluntariado nacional para enfrentar emergencias naturales diversas. Necesitamos equipamiento complementario multipropósito. Queremos Fuerzas Armadas que defiendan al país de las agresiones externas a través del uso de la violencia y protejan a la población mezclándose en sus problemas.

¡Nunca más!

Dicho por el General Cheyre, todo “nunca más” pronunciado estuvo siempre desprovisto de valor por la ambigüedad de su formulación. Nunca, ¿la repetición de las condiciones que llamaron al Golpe? Nunca, ¿bajo ninguna circunstancia un Golpe Militar? Nunca, ¿policía política, fuerza inquisidora, ejercicios de tortura? Nunca, ¿la corrupción y su gran variedad de recuersos ‘compensatorios’, ¿nunca más la improvisación negligente (Beagle, Antuco)?

Jamás, por ningún motivo, las Fuerzas Armadas pueden recurrir a la tortura. Nunca pueden actuar en contra de su propio pueblo. Este límite en el uso de la violencia deben ser usados para mirar la historia de las instituciones y corregir sus relatos. Eso debe estar reflejado en la formación efectiva de sus oficiales. El orgullo de las Fuerzas Armadas no puede estar puesto en la historia de agresión a la población civil durante la Dictadura. Es necesario que los militares miren de frente las vergüenzas de su historia y reconstruyan su honor y su espíritu como servidores públicos abnegados y fieros. Aquí la fiereza es lo contrario del matonaje; es una forma de entrega de excelencia y serena, absolutamente comprometida con su misión y enmarcada en la ley y en la razón.

Todo lo anterior requiere que las fuerzas políticas reordenen su relación con las Fuerzas Armadas. Institucionalmente, la definición de sus misiones y de los lineamientos organizacionales que las deben regir corresponde a la representación ciudadana en el Congreso. Es verdad que los parlamentarios deben prepararse mejor para ejercer el rol de orientadores y fiscalizadores. La izquierda además debe sacudirse sus temores, sus rencillas y sus inhibiciones. Es necesario que ella se haga cargo de pensar las Fuerzas Armadas que necesitamos, más allá de conceder los deseos militares, de temer sus reacciones corporativas o de dejar que la inercia opere, como si el control civil fuera una ficción inaccesible.

La derecha, por su parte, debe olvidarse de las Fuerzas Armadas como un recurso político de su sector. Este, sin duda, es el mayor obstáculo a la recuperación de institucional de las Fuerzas Armadas. Es esa mezcla de solidaridad de la derecha con lo peor de la historia militar y esa garantía de respaldo mutuo (en que las FFAA operan como asociación política) lo que impide la gobernabilidad de las instituciones militares.

* El Mostrador - Fernando Balcells Daniels