EXCLUSIVO: CONFESIÓN DE MAYOR DE EJÉRCITO REVELA CRUELES PRÁCTICAS DE LA DICTADURA: ASESINARON A 7 AGENTES DE LA CNI PARA “PROBAR” ARMAS QUÍMICAS

08.08.2018 14:34

Exclusivo, Confesión de mayor de Ejército revela crueles prácticas de la dictadura: Asesinaron a 7 agentes de la CNI para “probar” armas químicas

En el marco del caso “Frei Montalva”, las confesiones de un agente de los organismos de seguridad y oficial de Ejército, desnuda la hasta ahora desconocida estructura interna con que se operaba en esa institución, el Estado Mayor de Inteligencia del órgano represor.

Pero además deja en evidencia otra cruel realidad: no trepidaron en ejecutar a sus propios hombres, a quienes usaron de conejillos de indias para probar la efectividad de las armas químicas con que se llevó a efecto más tarde el magnicidio del presidente Eduardo Frei Montalva.

Una confesión hecha en el expediente del “caso Frei Montalva”, que da cuenta del magnicidio del ex mandatario por órdenes de Augusto Pinochet, muestra desconocidas -hasta ahora- facetas. Cómo se organizaba la CNI y cómo usaron a sus propios agentes, para probar sus armas químicas.

Desde Gas Sarín hasta Tabun, Soman, Clostridium botulínica, Saxitoxin y Tetrodotoxina y otras sustancias químicas, utilizaron como medio de tortura o de eliminación de enemigos políticos. También los usaron como experimentos. Lo que se ignoraba, es que al menos diez militares fueron infectados a propósito en este proceso. Siete murieron. Las declaraciones de un mayor en retiro asignado a la CNI, revelaron los hechos que en exclusiva presenta Cambio21. 

 

El “EMI” de la CNI

El mayor de Ejército (r) Eduardo Antonio Valdés Tapia, en 1973 entró a cumplir servicio militar obligatorio. Luego realizó el Curso de Instrucción de Aspirante a Oficial de Reserva (CIAOR), en la Escuela de Artillería de Linares. Tras pasar las pruebas se recibió de subteniente de reserva. Fue “destinado en la calidad de ayudante en la Subsecretaría de Economía”. Más tarde lo asignaron al Ministerio del Interior.

Eso duró hasta 1980 en que “fui agregado en comisión de servicios extrainstitucional a la Central Nacional de Informaciones (CNI), donde me destinan al Estado Mayor de Inteligencia (EMI), el cual estaba al mando del coronel de Ejército SUAU” (Fernando Suau B), recuerda y aclara que “(…) en el EMI, fui asignado al “Departamento Exterior”, unidad que estaba al mando del Mayor de Ejército Jorge Zucchino”. Dice no recordar el nombre de los otros agentes que cumplieron funciones allí.

Por entonces era el director de la CNI el general Odlanier Mena (en la foto), quien fuera luego condenado por diversos crímenes de lesa humanidad siendo encarcelado en el Penal Cordillera, lugar desde sería trasladado hasta Punta Peuco, a lo que se reveló, suicidándose en su casa en Las Condes mientras gozaba de un permiso. Valdés Tapia reconoce haber prestado funciones como analista de información proveniente de los países de América Latina, “a excepción de Argentina, Perú y Bolivia”, dice. 

 

Cómo operaba la EMI

En la CNI actuaba una organización criminal que coordinaba los procesos de inteligencia tanto en Chile como en el exterior. “No se movía una hoja” sin que el dictador lo supiera, tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Crímenes como los de Orlando Letelier en Estados Unidos, el general Carlos Prats y su esposa en Argentina, el atentado a Bernardo Leighton en Roma y tantas otras fechorías, eran fríamente analizados por el EMI de la CNI.

También qué acontecía en cada área en nuestra Patria, los partidos políticos, la iglesia, los sindicatos, barrio a barrio: “Recuerdo que en el Estado Mayor de Inteligencia (EMI), había otros departamentos ‘Departamento Político’, ‘Departamento Religioso’, ‘Departamento Gremial-Sindical’, ‘Departamento Vecinal’, entre otros que no recuerdo sus nombres. Como se sabe, fue el “Departamento Gremial-Sindical”, cuya existencia por años fuera negada, el que asesinó al líder sindical Tucapel Jiménez.

El mayor (r) Valdés Tapia identifica a otros integrantes de ese desconocido Estado Mayor de Inteligencia. Entre ellos nombra a los empleados civiles Juan Carlos Torres y Juan Herrera Parraguirre, “ellos eran analistas. Recuerdo a un analista de nombre Néstor Bahamondes, que después se ligó (infiltró) al partido Democracia Cristiana”. El retirado mayor asegura que “todos los departamentos efectuaban la misma misión de análisis y emitíamos semanalmente y después quincenalmente, un informe direccionado al jefe de Estado Mayor de la CNI”. Esos informes eran los que determinaban la suerte de aquellos que serían más tarde asesinados, presos o hechos desaparecer. 

 

CNI sobreviviente relata su calvario

Un hecho marcó a Valdés Tapia y que confesó voluntariamente y que de paso muestra la barbarie de la dictadura que no trepidó en eliminar a sus propios hombres.: “En una ocasión, cuando estaba en la CNI, fue en agosto de 1980, ordenaron a 10 funcionarios de la CNI trasladarse hasta el Hospital Militar, con la finalidad de donar sangre, según se nos informó”. La realidad sería muy distinto y dramática.

En el Hospital Militar les atendió una enfermera. Algo le llamó la atención, les ordenaron inyectarse una sustancia, algo distinto a donar sangre. Salvo él, nadie reclamó. La enfermera llamó a un médico que se justificó diciendo que era “para ver la compatibilidad de la sangre”. Aceptó y se inyectó como el resto de sus compañeros. El médico, cuyo nombre dice no recordar, les advirtió que “todos íbamos a tener alguna reacción, por lo cual, todos debíamos volver para ser analizados y establecer dicha compatibilidad de la que habló”. No alcanzó a volver, las reacciones fueron tremendas.

“El 15 de agosto de 1980, mientras me encontraba en las instalaciones del comedor de oficiales de la CNI en calle República, sufrí un ataque, perdí el conocimiento y empecé a sangrar de mi nariz, orejas, ojos, y de mi ano, pero lo más extraño es que no me llevaron al Hospital Militar, sino que a la Posta Central y más encima en un vehículo particular de un agente de apellido Jofré, y no en un automóvil de la CNI. Después de la Posta Central me enviaron al Hospital Militar donde me ingresan a neurología, donde fui atendido por el doctor Pérez, quien diagnosticó ‘Crisis Somatomotora en mi cuerpo lado izquierdo’”.

Luego el mayor (r) Valdés se enteraría que otros tres agentes de la CNI que fueron inyectados con él, sufrieron las mismas reacciones críticas y que después siete de los nueve inyectados con la extraña sustancia química, murieron “en extrañas circunstancias”, dice el retirado agente. Los nombres de los otros nueve conejillos de indias los desconoce, pero recuerda que hubo testigos de los hechos que sufrió y menciona al entonces “Brigadier Palacios, quien después trabajó en el Banco del Estado”.

Tres años estuvo destinado al Departamento Exterior. Siendo nuevamente trasladado, esta vez a la División de Inteligencia Regional (C.2). Allí trabajó con el coronel (r) Roberto Souper Onfray, quien dirigió la frustrada sublevación militar en contra de Allende que se conociera cono el “Tanquetazo” pocos meses antes del verdadero Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Las instalaciones de la C.2, se encontraban también ubicadas en calle República, en pleno centro de la capital. Valdés Tapia estuvo en la CNI hasta 1990. 

 

Secuela de muertes

Una de las conductas más retorcidas ocurridas en dictadura, fue la de experimentar el efecto de productos químicos en las personas como parte del genocidio cometido con detractores, contra quienes sabían mucho y por ello eran peligrosos o contra “traidores” que habían hablado demás. Tras más de cuarenta años desde la aplicación de estos crueles procedimientos, se han ido conociendo quiénes fueron las víctimas y cómo operaban los métodos propios de los campos de exterminio nazi. Una de las causas ya acreditada, es la de la intoxicación de un grupo presos de la cárcel pública, que costó la vida a varios reclusos. Era el prefacio del asesinato de Frei Montalva, las pruebas de la eficacia del arma mortal.

Los jueces Alejandro Madrid y Víctor Montiglio, entre otros, dieron luces del modo en que operaban las brigadas especializadas en el uso de gas sarín y otras sustancias similares: También lo supieron las múltiples víctimas de estos procedimientos de exterminio químico y que no sobrevivieron. El mismo presidente Eduardo Frei Montalva, el funcionario internacional Carmelo Soria, el Conservador de Bienes Raíces Renato León Zenteno, los presos comunes de la Cárcel Pública, Víctor Corvalán Castillo y Héctor Pacheco Díaz, dos jóvenes peruanos del cuartel secreto de calle Simón Bolívar y hasta el mismo cabo y agente Dina Manuel Leyton. Ahora sabemos que hubo muchos otros… 

 

El “mocito” dio los primeros indicios

Los hechos confesados por el retirado mayor y agente CNI, quien fuera personalmente sobreviviente de los experimentos químicos de la dictadura, fueron anticipados de manera inédita y en exclusiva a Cambio21 por Jorgelino Vergara, el “mocito de Manuel Contreras”. En aquella oportunidad primero dio cuenta cómo su compañero agente, Manuel Leyton, fue inoculado.

Lo ratificó el propio Michael Townley: “Al Sargento de Ejército Manuel Jesús Leyton Robles, lo eliminó gente de la DINA, porque al ser detenido por el robo de un vehículo contó que era agente de ese organismo y dio antecedentes de sus misiones, siendo entregado por Carabineros a la gente de DINA, quienes por las lesiones que tenía lo llevaron a la clínica de ese servicio de inteligencia, falleciendo en el transcurso de la noche. Recibí la orden del Jefe de Dirección Nacional de Informaciones, de proporcionar “SARIN” para eliminar al Cabo Leyton y el autor material que aplica el SARÍN fue un Teniente de Ejército”, confesó Townley.

Si algo sabía Leyton, era del terror que se vivía al interior de ese “centro de salud” que operaba la DINA clandestinamente. Diversas causas de DDHH investigan los crueles tormentos que allí se aplicaba a detenidos. No solo eso, también los experimentos monstruosos que se efectuaban en víctimas de la dictadura. Por eso Leyton no quería ser enviado allí. Durante su permanencia se acreditó que permaneció en un solitario tercer piso, aislado del resto de los detenidos y bajo fuerte guardia. Ni siquiera los demás agentes de ese recinto lo podían ver, les tenían vedado el paso. 

 

En la clínica London

Solo tenían acceso a él sus guardias, los directivos de la clínica, los médicos Pedro Valdivia Soto, Osvaldo Leyton, Horacio Taricco Lavín, y Vittorio Orvieto Teplinsky, la enfermera Eliana Bolumburu, también de la DINA, además de Valdivieso y los otros agentes que participaron en sus torturas y asesinato. Cerca de treinta ex agentes y funcionarios policiales, del Ejército y guardias y enfermeros que trabajaron en esa clínica clandestina, debieron declarar frente al ministro Madrid. Muchos reconocieron los hechos, otros negaron toda implicancia, los de mayor grado, simplemente dijeron no recordar los hechos.

El parte médico entregado por la clínica señaló escuetamente: “el paciente ingresa a las 11:00 horas al centro médico London y a las 20:45 horas, bruscamente presenta dolor abdominal inespecíficos, sudoración, estado nauseoso y, posteriormente a las 24:00 horas, mientras duerme presenta una crisis convulsiva Gran Mal, produciéndose un paro cardiorrespiratorio, falleciendo a las 01:25 horas de la madrugada del 29/03/77, señalando como causa de muerte: un episodio convulsivo, probablemente epiléptico; asfixia por aspiración masiva de vomito; y, paro respiratorio secundario”.

“Leyton habló demás -recuerda Vergara-, cuando Contreras se enteró, mandó tres buses repletos de funcionarios de seguridad y logró que le entregaran a Leyton. Contreras ordenó asesinarlo. Antes lo llevaron en muy malas condiciones al cuartel Simón Bolívar, lo arrastraban dos agentes. A Mario Segundo (la chapa de Leyton) lo tendieron en la que había sido mi cama de soltero, se veía mal, después no lo vi más, lo sacaron y se lo llevaron. Nadie dijo nada, solo nos mirábamos y pensábamos, este se debe haber mandado un condoro, este “piloto” metió solo la cabeza al wáter y va a tener que asumir las consecuencias”. Fue asesinado.

También recordó el “mocito” que “el 80, parece, hubo otro episodio de envenenamiento masivo de agentes, fue un condoro que se mandaron en el Hospital Militar, se murieron varios, eso se comentaba, pero no supe más, era poco lo que se podía decir, era peligroso. Estaban probando algo que había preparado (Eugenio) Berríos. Pero no resultó”, relató el “mocito” a nuestro medio. Las declaraciones prestadas por el mayor (r) en el marco de la causa Frei Montalva, ad portas del probatorio, ratifican los dichos de Jorgelino Vergara. 

 

Otros casos

Michael Townley, el químico de la DINA y asesino entre otros del ex Canciller Orlando Letelier en Estados Unidos, en declaración que consta del proceso, dijo que “a principios de 1976 se formó la Brigada Mulchén, cuya finalidad era cumplir misiones secretas de eliminación de personas bajo la orden del Director de la DINA y que después del desarrollo y producción del Sarín, esta brigada fue instruida en su uso y la utilizó en al menos dos oportunidades, con un Conservador de Bienes Raíces de Santiago (Renato León) y, con un funcionario de la DINA (Leyton), vinculado en un robo de vehículo”.

No fueron las únicas víctimas de estos procesos químicos. También se asesinó por esta vía al presidente Eduardo Frei Montalva y en cuyo crimen también aparece el nombre del médico Pedro Valdivia Soto. Dos ciudadanos peruanos fueron el conejillo de indias en que se probó su efectividad, siendo asesinados en el cuartel de Simón Bolívar. Prisioneros políticos en la Cárcel Pública fueron objeto de un atentado previo a la muerte de Frei. El ciudadano español Carmelo Soria fue otra de las personas asesinadas por este medio.

El mismo Townley fue “víctima” de sus propios experimentos. En la ocasión en que se eliminó a los dos peruanos ante la mirada del director de la DINA, Manuel Contreras, donde ambos murieron entre convulsiones para demostrar la eficacia del arma química, el gas alcanzó por error a inocular al propio Townley a quien se le aplicó de inmediato el antídoto. Luego vendrían otros crímenes, entre ellos el de Frei Montalva. El propio creador del sarín, Eugenio Berríos, fue asesinado para encubrir la historia del magnicidio. 

* Mario López M. - Cambio21